
La mecedora
Había una vez una anciana en un asilo, era una mujer llena de amargura y abatida por la vida. Ella no hablaba con nadie ni pedía nada. Ella apenas existía en su vieja y rechinante mecedora. La anciana no tenía visitantes. Cada dos días por la mañana, una joven y sabia enfermera entraba en su habitación. Ella no trataba de hablar o hacerle preguntas de la señora, simplemente acercaba otra mecedora junto a la anciana y se mecía con ella.
Semanas o meses más tarde, la anciana finalmente hizo uso de la palabra: ”Gracias” –dijo- "Gracias por mecerte conmigo"
Había una vez una anciana en un asilo, era una mujer llena de amargura y abatida por la vida. Ella no hablaba con nadie ni pedía nada. Ella apenas existía en su vieja y rechinante mecedora. La anciana no tenía visitantes. Cada dos días por la mañana, una joven y sabia enfermera entraba en su habitación. Ella no trataba de hablar o hacerle preguntas de la señora, simplemente acercaba otra mecedora junto a la anciana y se mecía con ella.
Semanas o meses más tarde, la anciana finalmente hizo uso de la palabra: ”Gracias” –dijo- "Gracias por mecerte conmigo"
Esta historia nos hace recordar que los pequeños detalles hacen las grandes cosas